Columna de opinión en El Espectador
http://www.elespectador.com/opinion/farc-salvavidas-de-uribe
Si
hubiesen buscado un efecto más útil para la extrema derecha, no lo habrían
logrado. La masacre de once uniformados por las Farc le ofreció a Álvaro Uribe
ocasión privilegiada para convertir parte de la indignación nacional hacia esa
guerrilla en impugnación del proceso mismo de paz.
Por:
Cristina de la Torre
Pescando en el odio que el país le profesa al grupo armado, a medias
fruto de sus crímenes y de su arrogancia, a medias inducido por el exmandatario
que las acorraló en su hora, a éste le vino el hecho como anillo al dedo. Justo
en el momento más amargo de su movimiento. Cuando la Corte Suprema mandaba a la
cárcel a dos de sus exministros por delitos que —según ese tribunal— involucran
a la persona del entonces presidente. Y los recluidos completan la cifra de 20
figuras, entre las 30 del círculo más estrecho del uribato, condenadas o
investigadas por delitos penales.
Maestro de la oportunidad, Uribe evoca ahora el imaginario de su
seguridad democrática —mano dura, corazón duro— para tratar de ocultar con esa
bandera de humo las secuelas malolientes de su mandato. Mientras ve desplomarse
su popularidad del 80% que otrora lo acompañó al 50% de hoy. Pero aparecen
nuevos colombianos que vacilan entre la paz y la guerra. Acaso no Uribe,
sabedor de que sin subversivos no hay guerra, y sin guerra pierde él su razón
de ser histórica. Su coco es la paz; su coartada, las Farc. Sus supuestas
propuestas de paz no aportan a la terminación del conflicto. Antes bien,
parecen enderezadas a abortar el proceso de negociación. No otra cosa sugiere
su obsesión en negarles a los jefes de las Farc toda forma de privación de
libertad distinta de la cárcel, y su posibilidad de hacer política una vez
reinsertados. Pretender acantonar a las Farc prematuramente, sin haber suscrito
acuerdo final, equivale a imponerle rendición a una guerrilla no derrotada por
las armas, y dinamitar el proceso.
Sus dardos más afilados, contra Santos, a quien culpa del asesinato de
los soldados. En reciprocidad con las Farc, les regala Uribe esta prenda contra
el Estado de derecho que el presidente encarna. Y aquellas, acostumbradas a
reclamarse víctimas, no victimarios, endilgan al primer mandatario la misma
responsabilidad. Moñona.
Pero la justicia no es siempre para los de ruana. Última prueba, el desenlace
del juicio a Yidis Medina y a sus pares Pretelt y Palacio en el cohecho que
aseguró la reelección de Uribe. Para no mencionar los 60 parapolíticos y altos
exfuncionarios que pagan cárcel. Todos los días ve el expresidente un nuevo
miembro de su aparato de poder ir a prisión o huir. Entonces vuelve por los
fueros del movimiento de opinión diluida en fe de carbonero, y en tácita
invocación de tierra arrasada para todo el que atente contra Dios y la Patria.
Como las Farc —dirá— y su compinche Santos, que propagan el castro-chavismo y
les caen a mansalva a los héroes de la patria. Todo, servido en bandeja por las
Farc.
Joaquín Villalobos, excomandante del Frente Farabundo Martí de El
Salvador, calificó la matanza de los soldados como “militarmente cobarde” y
“políticamente torpe”. Un autogolpe de las Farc. Insistir en las armas
convierte a las guerrillas colombianas en “fuerzas reaccionarias que sirven
para encarnar el miedo a la izquierda, y en el principal lastre para que ésta
avance en Colombia”. Ahora lo que se impone es la política, no los tiros. El
proceso de paz le parece irreversible. Pero, diríamos nosotros, requiere un
timonazo que concite autocrítica de las Farc, sometimiento a la justicia
transicional, reconocimiento de sus víctimas y genuino compromiso de ingresar
lealmente en la legalidad. Única manera de extinguir la última chispa que
enciende el fuego de la caverna.
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Cristina de la Torre | Elespectador.com
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